Si hay dioses, no los creo con forma humana, prefiero pensar a los dioses en forma de cebras, gatos, pájaros. Un prejuicio mío. Pero si se mueve alguna divinidad adentro del animal humano, es el amor.
2017 es el año en el cual se cumple el centenario del nacimiento de la artista nacionalizada mexicana Leonora Carrington (1917-2011), por ello la Universidad Autónoma Metropolitana se dio a la tarea de presentar un merecido homenaje exponiendo una selección de dibujos, esculturas en bronce, grabados, libros, objetos varios y pinturas de esta mujer surrealista por excelencia.
A la entrada de la sala nos recibe una de sus esculturas en bronce que a un primer vistazo se puede deducir una figura femenina, la misma Leonora a mi parecer, con un semblante tranquilo y la mirada fija hacia el horizonte. Dicha obra da paso a una sala que alberga principalmente los dibujos y grabados de Carrington, donde se aprecia su habilidad de composición, la cual le permitió representar una ínfima parte del misterioso mundo en el cual habitaron sus sueños más esenciales e intrigantes.
También podemos observar una colección de catálogos de obras, ensayos, libros y revistas, en algunos de los cuales colaboró la propia autora y en otros sus más íntimos amigos compartieron, de una forma elocuente y llena de admiración, la huella que dejó esta mujer dedicada al arte.
Una vez terminado el recorrido por la primera sala pasamos a otra en la cual reside el alma de esta exposición: una serie de esculturas en bronce, las cuales ejercen un poder de atracción inexplicable en aquel que las contempla; su sola presencia basta para llenar a este reciento de una fuerza mágica que nos hace caer en trance. Miramos expectantes, podría ser cualquiera el momento en el cual estos estos objetos inertes cobraran vida, nos saludaran y nos guiaran a través de un recorrido imaginario, fantástico, a decir de Rafael Pérez y Pérez, plagado de “seres quiméricos, animales y personajes híbridos —antropomorfos o zoomorfos— que la artista transfirió a sus creaciones”. Queda a criterio de cada visitante el influjo vinculado a estas obras de arte. Estudiosos de su obra, como Luis Carlos Emerich, señalan el interés personal de Leonora por el folklore celta, la pintura renacentista, el arte y el folklore latinoamericano, la alquimia medieval y la psicología junguiana, lo cual, si uno observa detenidamente, puede notar sin problemas. De forma personal y sin llegar a una evaluación tan detallada de estas influencias, me sentí transportado a un lugar habitado por dioses, un lugar donde el tiempo es relativo y en donde la esencia de “una mujer normal, que va al mercado y le preocupa el precio de los tomates y del pepino. De la carne no. No me gusta. También soy mamá” vivirá eternamente.