Que les dure mucho el veinte…

[…] a los 15 años, cuando estaba en las vacaciones

entre la secundaria y la preparatoria,

leí por primera vez […] De perfil, de José Agustín.

Este libro trata justamente de un muchacho que

[…] es un fanático del rock, yo también lo era;

las semejanzas ya eran muchas. El protagonista está

en la misma situación que yo sin saber qué hacer

con su vida, sin brújula, tratando de averiguar su destino.

Por primera vez me di cuenta de que la literatura

podía incluir a alguien como yo […]

Juan Villoro, entrevistado por Elena Poniatowska

 

Que les dure mucho el veinte...Juan Villoro se había confesado, desde la conferencia previa a la presentación en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, como alguien que debió utilizar el performance mismo a suerte de catarsis para enfrentar el pánico que el escenario y el público le representan, lo cual es harto comprensible cuando se rememora que los éxitos de los escritores no sobrepasan la veintena de personas. Con estos presupuestos se hacía mucho más interesante ver el resultado de este experimento (en el cual también contribuyó mucho la labor de convencimiento que Diego Herrera hizo para con el escritor) que mezclaba uno de los mejores cronistas de nuestro tiempo con leyendas musicales nacionales.

Quizá sólo el futbol sea equiparable en pasión a la que despierta el rock en el autor de Los once de la tribu y, como bien menciona Eduardo Limón, es probable que haya “empleado una parte de sus momentos bajo la regadera para compartir, ante el secreto ecosistema del regaderazo privado, unas cuantas interpretaciones personalísimas de canciones roqueras que pertenecen a la emocionante selección de los clásicos que nos han heredado monstruos gigantes como The Who, The Beatles, The Kinks y sabrá Dios cuántos más”, así que tal vez, sólo como una aventurada teoría, esta sea una forma de rendir tributo a la música y a las grandes bandas, con una esencia similar pero en su área: la palabra.

Que les dure mucho el veinte...

Las luces del teatro se fueron apagando mientras la concurrencia buscaba todavía  dejar sus autos en la calle de Donceles con los encargados del valet parking y emprendía carrera hacia las butacas; en el vestíbulo se instalaba la mesa con los ejemplares de Tiempo transcurrido (la edición conmemorativa del Fondo de Cultura Económica), discos compactos del concierto e incluso el formato LP. A las 19 horas se escuchó la primera ola de aplausos cuando salieron a escena “Los Caijuanes”, nombre que un fanático (anécdota también citada por Limón) les otorgó a este ecuménico grupo en el festival Letras en Tepic (sitio donde inició la aventura). A escena salió Juan Villoro, seguido del talentosísimo grupo de músicos y amigos: Alfonso André, Federico Fong, Diego Herrera y Javier Calderón: los aplausos, lejos de ceder, incrementaron el volumen.

“En los asientos [ya están] los feligreses”, poco menos de mil trescientas almas que se han dado cita y que sólo guardan silencio cuando los primeros acordes irrumpen en el aire al tiempo que el escritor se adelanta (tal vez porque en el frente del escenario la oscuridad es mayor y su pánico disminuye o se palia) y toma el micrófono en la siniestra para comenzar con su lectura: “Bienvenidos a bordo, dispónganse a escuchar…”. La imaginación transporta a posibles escenas griegas donde quizá no había guitarras ni rock, pero la poesía se declamaba igual en el auditorio mientras el coro acompañaba en todo momento y se compaginaban perfectamente.

Que les dure mucho el veinte...Las historias se cuentan, se cantan y se viven debido a la interpretación genial del cronista, a los adecuados redobles de André y a las virtuosas manos de Fong, Herrera y Calderón. Así, con toques de rock, funk, algo de jazz, poco más de country y otros ritmos que mi limitado conocimiento melómano me imposibilita nominar, escuchamos “Madona de Guadalupe”, “El punk del Pedregal”, “La merienda del Papa” o “Glitter en la colonia Lindavista”; todas historias citadinas, demasiado chilangas a veces (dice el propio Villoro). Todas transcurren en el período de 1968 a 1985 y cada cual hace mella de diferente forma en la continuidad del espectáculo: mientras la Madona ensaya mezclar el catolicismo con la sensualidad, Phonsy Asshole experimenta el sentido del punk en la vida burguesa más recalcitrante del otrora Distrito Federal; o en tanto que la discusión dialéctica de ética y estética (mundanas, si se quiere, pero auténticas) trastocan la mente de un cocinero socialista que tiene la chance de envenenar, cuando menos purgar, al jerarca del catolicismo, también aprendemos el poder de un símbolo para enmarcar la diversidad sexual de nuestra urbe, a través de un simple esmalte de uñas.

Que les dure mucho el veinte...

De tanto en tanto el sonido se suspende para recordar que la palabra y la música siempre han ido de la mano, que juglares y trovadores cantaban las más grandes hazañas, para decir cuánto de actualidad pervive en los textos que nos pueden dar ánimos y fortaleza en estos tiempos. Caben precisas las palabras de la “Misa fronteriza” de Luis Alberto Crosthwaite:

Sólo resta invitarlos a cruzar la frontera. Cuando ustedes vean una, donde quiera que se encuentre; cuando estén frente a ella y sientan el poderoso llamado, no se aten a los mástiles, no cierren los ojos, no pasen de largo con gran indiferencia; arrójense, más bien. Crucen, crucen, crucen. Que no quede una frontera en este mundo sin cruzar, crúcenlas todas, que al fin para eso están ahí. Para eso delimitan, para eso nos restringen, nos retan, nos agreden. Para eso, para que crucemos la línea que forman, para desaparecerla en el momento que la traspasamos.

De igual manera, ante las ignominias y atropellos que todos conocemos, Villoro nos rememora la “Oda al aire” de Neruda, de la cual también merece la pena citar algún fragmento:

 

No, aire,

no te vendas,

que no te canalicen,

que no te entuben,

que no te encajen

ni te compriman

que no te hagan tabletas,

que no te metan en una botella,

cuidado!

 
Que les dure mucho el veinte...

Mientras todo ocurría también se escuchaban los disparos de las cámaras fotográficas que pretendían guardar el instante… “El rock se usa, el rock se gasta” dice uno de los personajes en “El punk del pedregal” y esta es una manera espléndida de hacerlo, una forma de regresar a la esencia misma del género, cuando se utilizaba para dar un mensaje, para manifestar una suerte de contracultura, como lo hicieron The Beatles o The Doors y acaso este esfuerzo tan loable sirva para revivir la simiente en estos tiempos desechables.

Villoro hace alarde de su dominio del beat mientras el solo de André tiene lugar: parte nerviosismo, parte cuadrar su intervención con el tiempo de la melodía, parte también sus impulsos rockeros de encorvarse con el micrófono en la mano al estilo de Keith Richards o de Morrison; de cuando en cuando se da tiempo para mirar, admirar a sus compañeros de tarima, voltea lento a derecha e izquierda, tal vez maravillado de estar viviendo una especie de ensoñación, una donde nos ha permitido incorporarnos.

Luego de noventa minutos el tipo se ha agotado, los cinco se desprenden de sus instrumentos y se acercan al público mientras el cenital brilla más para que todos los podamos ver. El protocolo indica agradecimientos, aplausos, algo de gritos tal vez y luego caerá el telón. “Godot llegó a tiempo”. El tumulto de piernas comienza a levantarse y andar rumbo a la salida donde varios se aproximan a la mesa a comprar alguno de los materiales del evento. El bullicio, los comentarios de ocasión y la apresurada salida hacia el Centro Histórico (histérico en ese momento).

Que les dure mucho el veinte...

Tomo la cámara y avanzo hacia Eje central, casi al llegar vuelvo la vista y quedan pocos autos y cada vez menos gente. Mis fotografías serán sucedáneos del recuerdo, las que sobrevivan, pero nadie quitará de mi memoria ver a uno de mis grandes preferidos como líder de una peculiar banda de rock, hablado, declamado pero increíblemente auténtico. Que les dure el veinte mucho tiempo más porque creo que es una oportunidad invaluable la de ver el escenario encendido por tamaños personajes. Cruzo la Alameda con la sensación de que la noche ha valido la pena.

 

Por José Manuel Díaz

 

Written by José Manuel Díaz Alvarado

Hispanista hasta las cachas, ergo editor y corrector: intratable. Comer, dormir, leer, escribir… En ese orden. Escribo por nece(si)dad; uno no puede callar o abstraerse del debate si ha de mantenerse cuerdo. No creo en la pedagogía, en las plazas comerciales, ni en la ley de la atracción.

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