Wolverine es uno de los personajes más atrayentes del universo Marvel, quizá debido a su sólida encarnación de lo outsider; es el lobo solitario, el rebelde que contrarresta caracteres más maniqueos del grupo X-Men, o de Marvel en general.
Hugh Jackman ha tenido grandes papeles, entre ellos: Jean Valjean, Van Helsing y, mi favorito, Robert Angier en The Prestige (Christopher Nolan, 2006). Sin embargo, seguramente su actuación más conocida es interpretando al mutante canadiense. Debe destacarse que Jackman ha dado vida al hombre de adamantium desde 2010 y a lo largo de nueve películas. Además, al percibir las reacciones que genera en diversos medios, me da la impresión de ver al público convencido de la simbiosis Jackman-Wolverine. Es claro que a mucha gente le agrada tal dicotomía.
Aquí debo hacer un paréntesis, pues, en lo personal, siempre he percibido como una dificultad mayúscula el traslado de las narrativas de animación, cómic y anime al mundo del cine. Ante la profusa producción de filmes con esta consigna mi posición podría perder relevancia, pero deseo explicarla para aclarar mi perspectiva sobre Logan.
Mencionaba, al inicio de mi reseña, que Wolverine es uno de los más atrayentes personajes de la aludida empresa de historietas (y otros productos), uno de los más conocidos y socorridos no sólo en las películas o en los cómics, también en videojuegos o animaciones.
Cuando una determinada figura “se muda” a otro entorno, por fuerza, debe conservar ciertos rasgos a fin de hacerse reconocible, no obstante las dificultades para reproducir los matices del medio original en la obra de llegada. En un espacio como el del cómic y la animación algunos rasgos y situaciones son tan repelentes que es casi imposible trasladarlos a otra forma de representación, en este caso el cine, sin que se vean acartonados, decididamente absurdos. Ante tal dificultad puede optarse por anclar el traslado en un cúmulo de rasgos mínimos: el título, una historia base ―aunque adaptada, o deformada, con respecto a las necesidades narrativas de otro discurso― o algún motivo o motivos con fuerza suficiente para retener la idea de le relación entre la obra original y la adaptación. Un ejemplo de ello sería la rebeldía acusada por Wolverine, la afición de James Bond por el Dry Martini, la coleta y las pistolas de Lara Croft, etc.
Bajo tales premisas, debo decir que la primera vez que vi una película de X-Men me pareció un completo fracaso en esos términos, pues, convencido de que eran otras las actitudes, apariencias, frases y trajines narrativos los que se solapaban con mi concepción de los hombres X ―producto de los videojuegos, uno que otro cómic y, sobre todo, la serie de animación de los años 90― no sentí interés alguno en la película. Esa indiferencia ha perdurado frente a la mayoría de materiales cinematográficos relacionados con Marvel, a excepción de aquéllos cuya historia y personajes me eran más o menos desconocidos, perdiendo así mis referentes, observando el film como una película más. En resumen: habrá que tomar en cuenta que poco o nada conozco de las entregas anteriores o productos colaterales de la unión Marvel-Hollywood.
Logan inicia con un plano de oscuridad y rumor de voces, con un sentimiento de resaca, tedio y lucha continua e inevitable. Logan es referido por los demás como un tipo viejo y acabado, y Jackman actúa a fin de complementar dicho retrato: cojea y apenas descansa del alcohol y los barbitúricos, hace de chofer y parece que cumple con alguno que otro “trabajito” menos honroso. Su ruina es física, anímica y hasta social. Ese ánimo se corresponde con la atmósfera, un 2029 que a nosotros no nos parece tan lejano, aunque se antoja, a la par, extraído de nuestro imaginario de hace más de veinte años (más atrás todavía), de aquella imaginación que generó los poblados y las carreteras de Mad Max, aunque aquí todavía existan también algunas grandes ciudades de apariencia estándar. En estos espacios también hay un importante guiño a lo actual, una atmósfera fronteriza que arroja referentes fácilmente relacionables con los problemas sociales de hoy en día.
Por otra parte, la apariencia de Logan aquí es bastante similar a la del personaje protagonista de Bloodfather que hizo Mel Gibson, quien, por cierto, expone también algo de la decadencia de su contexto, la tensión social y, aún más importante, un complejo vínculo familiar que irá cobrando relieve, tal como sucede en Logan mientras trascurren las “3000 millas hacía un lugar llamado Edén”. No sé si la coincidencia haya sido planeada.
El nombre, los gestos, el atuendo… Características del todo trascendentes para identificar a un personaje llegado de otro (con)texto. Es por ello que comienzo a referirme al protagonista de esta película como Logan, nombre que, a mi parecer, gana a pulso Jackman con esta interpretación y que inscribe un culmen para una constelación de películas que algo bueno debieron tener (espero) como para llegar hasta la novena con Jackman haciendo del mutante.
En ciertos puntos, el aspecto del actor logra encajar con esa estética del cómic y la animación de donde proviene el referente para su personaje, aunque Logan mencione en el film que aquél de la historieta es “ficticio”, que el tipo del leotardo no existe y que sus andanzas alguna vez ocurrieron pero fueron deformadas por la fantasía de alguien. Finalmente, es sobre todo su actitud: su rebeldía, sus trazas de antihéroe, el instinto feral de una bestia siempre alerta, aquello que le da consistencia al personaje y realmente lo vincula con el otro, el de la tira cómica y la televisión. Por lo demás, es interesante el juego metatextual con el cual se alude a ese mundo del cómic, tildándolo de fantasioso y exagerado. Tal juego puede ser un buen recurso para deslindarse de los “traslados” fallidos de su mundo hacía el del cine de Hollywood, o bien, una contradicción flagrante contra la lógica de estas adaptaciones. Será una cuestión de perspectiva, quizás un error y un acierto a la vez.
Allí un probable ejemplo de los pocos puntos débiles de la película, pues los tiene, aunque en esta reseña quiero permanecer con el buen sabor de boca que queda a años luz de otras tantas simplezas que contemplé, o no quise contemplar, en la implacable colaboración Marvel-Hollywood que casi en forma mensual nos prodiga con uno o dos productos.
Retomando el asunto del nombre, el título es sumamente acertado en su sencillez, pues, en segunda instancia, me refiero al protagonista como Logan debido al punto bien logrado por la narrativa del film: queda manifiesto que Wolverine es una sombra, un traje enterrado y solamente resta un hombre furioso e instintivo que se derrumba poco a poco; un tipo que finalmente no es malo (pero mucho menos un santo) y que tendrá una oportunidad de redención, con vistas hacía el futuro, mediante un legado que llega con el ocaso de su propia época.
La falta de maniqueísmo en este tipo de personaje, cuando es bien llevada, definitivamente tiene bastante potencia y empatía. Hay una escena cercana, de un paraje también apocalíptico, que puede recordar al Logan de esta película, y tiene lugar cuando Merle Dixon, en The Walking Dead, está a punto de entregar a Michonne al principal antagonista de ese entonces en la serie: el Gobernador. Tal actuar sigue en la línea del egoísmo y la naturaleza violenta de Merle, y aunque también esté relacionado con la oportunidad de obtener un bienestar para él y su hermano, se trata del camino “incorrecto”. Michonne le dice que los hombres “verdaderamente malos” actúan de otra forma y que él, en el fondo, no lo es. Ante esta constatación, Merle toma el camino difícil pero correcto, aunque actuando en solitario, con una botella de Jack Daniell’s en mano y escuchando “Fast and Loose” de Motörhead, como el buen antihéroe que es, como el gran antihéroe que es el Wolverine del cómic y el Logan de Jackman en este film.
Por Rafael Díaz