¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?
Sor Juana Inés de la Cruz
En la conferencia “The Riddle of Poetry” Jorge Luis Borges cuenta que, al momento de encararse con la hoja en blanco, sentía una obligación por redescubrir la literatura por sí mismo. Será quizás que el hombre comunica su espíritu con el mundo material a través del arte, usando el lenguaje como vehículo de sus más íntimas proyecciones y que el éxito o fracaso de esa comunión depende de la técnica que tanto el escritor como el lector empleen para su objetivo.
Hace 75 años, Alfonso Reyes escribió con una clarividencia perfecta que “hoy la literatura se ofrece en forma de lectura”. ¿Pero qué clase de lecturas?
La modernidad nos atosiga con libros de una muy pobre industria e imaginación, volúmenes prefabricados para un fin televisivo o cinematográfico que buscan la remuneración económica antes que la satisfacción intelectual. Aunque, si nos sentimos con ánimo condescendiente, una lectura exploratoria podrá sacarnos las dudas sobre si vale la pena o no tal o cual volumen. Lo más sensato (a mi parecer) es inclinarse por los libros que las generaciones han leído con fervor.
Tal vez el primer acercamiento pueda parecernos rígido, por no decir difícil, y lento, aun sin ánimo de demeritar nuestras capacidades receptivas, pero a su tiempo germinarán en forma de un vocabulario refinado que tendremos a mano si nos es dado escribir; incluso podría llevarnos a algún juego verbal que involucre autores del Romanticismo. Para muestra una oración. Nuestro regiomontano universal, concluye su apolíneo ensayo con una ligera variante de la rima IV de Bécquer:
Mientras exista una palabra hermosa, habrá poesía.
Por Jesús Martínez