Antimuseo del espíritu: De la desintegración

Toda progresión sería un paso más hacia el vacío. El transcurrir de las horas, el curso de la noche, no representarían más que una de las formas de la desintegración. La materia pierde peso, el tiempo desgasta la fuerza que le sujeta a su condición de ente complejo. Al principio toda esencia goza de plenitud. Pero la energía no mantiene siempre la misma intensidad; se cansa, porque guarda muy adentro una inquietud destructiva.

La debilidad es también una necesidad de subsistencia: hubo una era en que los rayos lumínicos eran tan fuertes que los planetas volaban encendidos, la potencia del aire arrancaba los árboles y los lagos eran tan profundos que escondían el alimento de los hombres. Entonces la fragilidad fue la condición para que las cosas persistieran: entre más livianas, más propicias para perdurar en un contorno que exigía ligereza. Las plantas debieron ser delgadas para soportar su crecimiento y las especies más vulnerables permitieron la evolución de otras, a costa de su exterminio. La vida es una esencia lánguida, la realidad una esfera de polvo resistiendo al interior de una tempestad. La apariencia actual del mundo es el panorama raquítico de su antigua fisionomía corpulenta.

Las cosas se degeneran por instinto; la piel envejece, la luz se consume, los astros buscan un sitio para marchitarse. Los pescadores, a la orilla del mar, esperan con alegría el amanecer. No contemplan que cada día que pasa su presencia se desdibuja.

 

Por Leopoldo Lezama

Written by La Mascarada

Loading Facebook Comments ...