Antimuseo del espíritu: De los enfermos

La vida es una resistencia contra los defectos de la naturaleza. Y la naturaleza no fue sabia, se volvió un organismo de martirio. El cuerpo es también un sofisticado instrumento de castigo: es el principio de todo sufrimiento. Para desarrollar el dolor, la naturaleza nos dotó con el cuerpo.

Llega la madrugada, la calma del hospital se ve interrumpida por el ruido de las cafeteras y el desquiciante golpeteo de las máquinas de escribir. La enfermedad posee una mirada azul; su gesto es grave y esquivo, su voz inquieta, como la de un niño. De la misma forma en que el tiempo ha decolorado los largos muros de los cuartos, así el ánimo de los enfermos se ha ido diluyendo. Hablan quedo, no pueden dormir, apenas se escuchan los quejidos en la oscuridad. Ahí las horas avanzan con los pies heridos. Las enfermeras se fastidian, cuando tocan el pulso de los convalecientes perciben cómo un debilitado flujo va devorando los suaves filamentos de la materia viva. Asedian en los pasillos, son la prueba nefasta de que la vida requiere de custodios. No hay espacio para los enfermos. Las salas están repletas: son un horno quejoso y pestilente.

A una anciana se le consumían los pulmones, el cáncer había irrumpido en su pecho como una tormenta de grava. Agonizante, había visto un caballo frente a su puerta. Lo había visto entrar, merodear por el cuarto. Por la noche volvió a ver al caballo, entonces sintió cómo su cuerpo se levantaba y, sin esfuerzo, trepaba sobre el animal que la llevaría a un río para aliviar sus quemaduras.

Otro hombre tenía epilepsia. Encorvado, sus manos gigantescas eran de una suavidad pacífica. En su mirada noble traslucía un sufrimiento de siglos. Su familia se avergonzaba de él; lo escondían, lo vestían con ropa vieja. Nunca salía a la calle y pasaba el tiempo recorriendo los cuartos hasta que lo vencía el sueño. Su mente se había quedado en los diez años, pero tenía un odio de adulto. Era maduro en el dolor y aún se asombraba con los juegos de los niños. Vivía feliz en su mundo enfermo, pero sabía de su miseria. Había atrapado una araña en un frasco y pensaba que algún día la araña iba a crecer. Entonces, una noche, mientras todos durmieran, iba a montar en ella y a escapar.

La muerte no es un estado, no elabora una experiencia: el horror está en la enfermedad.

 

Por Leopoldo Lezama

Written by La Mascarada

Loading Facebook Comments ...