El ciego

El hombre había caído por culpa de un tubo. En días anteriores la lluvia de noviembre había hecho bastantes daños y aquella señalización esperaba a ser puesta nuevamente en pie. Salí precipitadamente del café para ayudar al viejo tendido sobre la banqueta, lo agarré por debajo de las axilas para levantarlo y éste gritó rabioso: “¡Tendrías que haber tocado antes de entrar a casa!”. ¿A casa?

No supe qué responder, pero le ayudé a levantarse con el rostro en la dirección correcta, por estaba caminando, y darle su bastón blanco. El mundo se reflejó en los cristales oscuros de sus gafas.

Entonces el hombre, que tenía una espesa barba gris, reclamó: “¿Eres mudo o sordo? ¿No dices nada? ¿Te resulta tan difícil responderle a un pobre ciego?”. Pero ahora el tono de la voz era tranquillo y en los labios afloró una sonrisa oblicua.

En suma, lo acompañé a su departamento, no lejos del lugar de la caída, y durante el trayecto dijo cosas extrañas aunque bellas. Comenzó exclamando: “Bien, ya que te llamas Marco y me has ayudado quiero contarte un suceso. Pero luego no deberás contárselo a nadie. Las palabras se usan con moderación. ¿De acuerdo?”.

Le dije que sí, aunque no me llamara Marco, no tenía inconveniente alguno en guardar el secreto. Y aquella historia, lo juro, me cambió la vida. Es una lástima no poder narrarla.

 

Por Alessio Brandolini

Traducción de Diego Estévez

Written by La Mascarada

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