El enemigo invisible o la vida detrás de una máscara

Como en una mascarada, debo adivinar rostros cuyas expresiones yacen escondidas tras un pedazo de tela. Intento rebelarme, pero la voluntad permanece amordazada.

El mundo como lo conocía hasta hace un par de meses se desvanece. Extraño volver a la vida, la felicidad de un helado, la frescura de una caminata, la calidez de los rayos del sol, las tardes de cine o el café con los amigos.

Y aun con la añoranza de aquello que se presume como un sueño, siento una angustiosa cobardía de salir, de reanudar mi vida, si es que resulta posible que el pasado recupere su camino en el interminable andar de los días. Finalmente eso es lo único que no se detiene. He permanecido en confinamiento por tanto tiempo que ahora no sé por dónde empezar. Es como renacer en un mundo que no conozco; confundo los colores, me pierdo entre avenidas y callejones, entre madejas interminables que dirigen mi destino hacia algo desconocido.

Tengo miedo del aire que respiro, ya no es el mismo, siempre está inmersa la posibilidad de que ese diminuto monstruo contamine mis venas, recorra mi torrente sanguíneo hasta infectar mi sistema y lo haga estallar. No distingo los aromas, me rehúso a los sabores. Intento adaptarme, pero no dejo de parecer un autómata.

Busco un lugar seguro entre muros inquebrantables o rituales exagerados, mis manos que suelen tocar cada superficie sufren el insufrible castigo de hacerlo, ásperas exploradoras que han tenido que sentir con la mirada aquello que no pueden palpar.

Las personas me evitan, prefieren dar la vuelta antes que pasar a mi lado. Yo hago lo mismo. En una sociedad ya de por sí dividida, nos alejamos aún más, nos convertimos en almas ajenas.

Canto al alba sin que mi canto se escuche, porque mi boca sellada no permite expresión alguna. La vida detrás de la máscara se transforma en un lánguido suspiro que te sofoca. Figuras amorfas se mezclan y se confunden entre el bullicio de personas cuyos rostros hieráticos no puedo reconocer. Mi paciencia se agota.

El aire me llega viciado, porque la barrera que impongo contra el enemigo invisible funciona también con la pureza del viento. Me siento agobiado, el espíritu desfallece y se percibe la necesidad de huir de esa prisión que me impide disfrutar el aroma de la tierra, de la lluvia, de la mañana soleada o del frío del ocaso. Y es entonces cuando la existencia se percibe distinta, La voluntad sucumbe ante una realidad que me vuelve vulnerable y entonces respiro, respiro cada vez más fuerte, como si se tratase del último aliento

Observo el mundo detrás de un cristal. Las calles lucen desiertas, no se escuchan las risas de los niños, ni se observa al anciano sentarse en la banca de un parque, el día se confunde con la noche, no dejo de creer que es un sueño. Adentro nada se mueve, afuera todo me acecha y en este juego ambivalente debo recomenzar. El verdadero límite es la mente.

Nunca había valorado tanto el concepto de libertad como ahora. Es difícil recordar cuanto llevo acorralado tras los muros de mi casa, el tiempo se paraliza en un instante que parece suspendido en el vaivén de las horas. Salir de mi refugio se convierte en una quimera donde la esperanza se mantiene secuestrada y los sentidos luchan por no perderse en el desuso y el olvido.

 

Por Amira Scherezada Pastrana Tanus

Written by La Mascarada

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