María Luisa Puga y los instantes luminosos

María Luisa murió de cáncer el 25 de diciembre de 2004.

María Luisa Puga y los instantes luminososMaría Luisa nunca dejó de fumar, aun postrada en su silla de ruedas a causa del enfisema pulmonar; tampoco dejó de escribir, aun atacada por la artritis reumatoide. Dicen que a su silla, que mandó pintar de rojo, añadió una mesita con cenicero a la manera de la silla del lector total de Alfonso Reyes: una silla para la escritora total.

El dolor es la materia con que se confeccionan los cuerpos que habitan sus novelas. Cuerpos que se articulan y empoderan a través de la matización sinestésica de las emociones como recurso literario. Su escritura también contiene la ternura tosca de quien muere un día de ‘nacimiento’, nativitas en latín.

En su libro póstumo Cuentos, relatos, vuelos se asoma otra María Luisa; una que reflexiona sobre los instantes luminosos de la vida. Instantes donde descubrimos que las grandes revelaciones personales, del país e incluso las humanas, se nos presentan mientras tratamos de abrir un paquete de cigarrillos, lavamos los platos o conversamos con amigos; esos instantes en que somos conscientes de la bastedad del universo y existimos absolutamente como el rabo de una lagartija que es rabo más allá del lagarto.

 

Fumar es un placer

Se necesita una cultura de fumador para entender la imperiosidad del gesto: extender la mano hacia la mesa de noche en cuanto uno abre los ojos. Qué frustración cuando la cajetilla es nueva. La titánica lucha contra el celofán de por sí, pero aquella mañana estaba resultando particularmente ardua. El celofán era grueso, cosa inesperada; no tenía los dobleces en donde debía tenerlos; la cintilla roja no aparecía por ningún lado.

Se necesita, sí, una cultura de fumador para entender cómo la conciencia se estanca en una terquedad callada, iracunda, orgullosa. No es tanto el deseo de fumar lo que impulsa. Es el gesto entorpecido de la mano. Es no poder abrir la llave que va a permitir que el día fluya; que uno se embarque y se salga del sueño. Quién sabe cómo le harán los no fumadores para despertar.

No importa.

El caso es que es preciso abrir la cajetilla a como dé lugar sin encender la luz, sin incorporarse, sin despertar a nadie. Es cuando a uno la realidad le da una bofetada: un país que nunca ha aprendido verdaderamente a ser país. Ni siquiera a hacer la envoltura de una cajetilla de cigarros, y eso que el tabaco ha sido una de las aportaciones de América al mundo.

Se siente cómo el pecho se hunde en el desaliento: está también la crisis del sistema. A nadie le importa nada, hay una actitud de sálvese quien pueda.

Los dedos entre tanto han seguido forcejeando con el indigno celofán, del que han logrado levantar una esquina, pero claro, de esperarse, no despega. Los dedos no llegan a atenazarlo, por lo que uno tira con los dientes. Todo esto, cuando está uno acostado y a oscuras, resulta grotesco, pero ahora se ha logrado arrancarle un pedacito: se puede introducir la uña y rasgar el celofán que por fin deja al descubierto el papel.

El papel, piensa uno animado, siempre ha sido más fácil. Sin embargo éste está más pegado aún que el celofán, no es posible. ¿Qué pasa cuando un país se derrumba, se deteriora a ese punto? ¿Hacia dónde mirar? ¿Qué hacer? Y con nerviosismo rabioso le asesta uno un mordico a la esquina de la cajetilla, con lo que se abre un boquete. Esa sensación de malhechura, de angustia, de falta de estética. Y antes siquiera de levantarse. Ni modo. El primer cigarrillo del día.

Cuando un rato después, ya con luz, los ojos se topan con la cajetilla, se produce una inexplicable conmoción; la cajetilla tiene una expresión adolorida, victimizada, impotente. Mira por un solo ojo desorbitado y brutal, como el ojo morado, amorfo de quien ha sido asaltado en plena calle a media noche. Un enorme ojo incomprendido.

La cajetilla, comprende uno, no está sobre la mesa. Yace sobre ella muy quieta, inocente, azorada: ¿por qué le han abierto por abajo?

 
Por Itzel Patricia Ortega
 
María Luisa Puga y los instantes luminosos

Written by La Mascarada

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