Abrojos y Rimas: Luis Armenta Malpica

EBRIEDAD DE DIOS

2

 

De niña me enseñaron que yo era una manzana;

los hombres, el cuchillo.

Las mujeres debíamos conseguir que nos pelaran

se hundieran hasta el mango en nuestra carne

y le dieran salida a las semillas.

 

Ya en espiral

­­­­—con nuestra piel deforme, oscura por el tiempo­­­­—

el amor podía ser algún mordisco

un apretar los dientes

y ser mujer

callando...

 

Pero yo no callaba... me decía en los poemas.

 

A golpes ­­­­—como aprendió su madre­­­­—

fue lección de mi madre: la cocina es el mundo

de la mujer que calla.

Entre especias, vinagres y embutidos

esa dulce manzana de mi vida se llenó de gusanos.

 

No callaba: mis hijas me costaron, cuando menos, un grito.

El amor, esa lata carísima

se quedó en la alacena.

 

Un día, por buscarle acomodo al aguardiente

lo tiré a la basura.

 

Sé lo que hacen los lazos en todas las mujeres

aunque sean familiares.

Al encender el horno (¡ay, Sylvia Plath, te envidio!)

al picar la cebolla lo recuerdo...

Las profundas estrías de la garganta

son mi paso

de Dios a la intemperie.

 

Perdí mi casa

cuando llegó el alcohol como el mesías.

Después perdí a mis hijas, una a una.

Pero rezaba, así, como callando: «Señor, ésta es tu sangre...»

 

Tu madre se nos muere, les digo a mis tres hijas

luego de cada sorbo.

Ellas tan solo lloran, muy quedito

como diciendo: ¿cuándo!

 

De Ebriedad de Dios (Ediciones Monte Carmelo, 2000)

CARAVAGGIO: PAS DE DEUX

Porque la muerte lleva en la primera letra

su última voluntad

hace falta nombrarnos

aunque tarde…

 

      La dispersión ocurre: un soplo del pasado en el cual sea posible coincidir con un joven con canasta de frutas (1593-1594) y advertirle que está en grave peligro. Las antorchas descubren el claroscuro que existe en la violencia. A pesar de la peste, el reino de lo feo no habrá empezado aún, pero ya es aguardado en Tor di Nona, por matar a un sbirri, por putridum et faetidum. En Lepanto ganaron los católicos y cerca de Milán ese otoño nació el hijo de Fermo Merisi y Lucia Aratori. Si después de la peste no hay abuelo, ni padre, ni el hermano del padre, al menos se establece el Santo Oficio.

 

Mientras tanto

—espacio y objetivo de la historia—

todo es suposición.

 

      Quiénes somos ahora (Eduardo, João Francisco, Michelangelo), atados a una cuerda de presos que no avanza. En qué noria giramos con tantas manecillas que señalan la culpa que no hemos conocido y no hace sombra alguna en nuestros pasos. Aquí nos faltaría el sfumato estudiado con Da Vinci o la eventual inmediación en Venecia con las obras de Tiziano y Mantegna. Sabemos que los bravi, los matones y aquellos vagabundos de charlas deshonestas son el color más real de una taberna, un prostíbulo, una sesión de juego. Aprender a pintar y matar a un compañero propician una huida. ¿De qué, si no coexiste elemento más sensual que una naturaleza muerta? ¿De quién, si un concierto para jóvenes (1595-1596) es un autorretrato? ¿Por negarse a delatar un crimen y purgarlo en nombre de otro, cuando el nombre no importa y somos ese nudo que hacen los hombres juntos al amarse?

 

Si prefiere llamarle de otro modo

haga que empiece con la letra de madre

la mentira o cualquiera otra metáfora

con la que usted avive sus vicios cotidianos.

 

      La marginalidad puede ser un muchacho pelando una manzana (1593) en Roma, como hacer o decir el amor por el reverso. El margen necesario para entender las letras o iniciar algún cuadro. El pincel. El cuchillo. Tras las sombras descubrir esa luz que en la verdad existe, no la preciosidad. Y que la historia sepa que hay dolor si un muchacho es mordido por un lagarto (1595), aunque tenga cobijo y cubierto en un alcázar. Y el óleo debería dar un grito. Los óleos no debieran ser santos.

 

(Inserte aquí una orquídea)

 

Pasión bajo el velamen, entre lugares

húmedos

sin raíz aparente

será el mejor pretexto: la tristeza

que nunca se comparte

hace sombra a la andanza.

 

      Sin embargo no es detrás de los ojos o en el dolor del cuerpo donde se lleva a cabo la pintura. Se desanda la historia en dos palabras: la orquídea es una flor anónima que se oculta a los ojos de los espectadores. Los santos son los seres de la calle. La luz no les da gracia: es dura y enceguece el contraste con las sombras profundas. Cristales que se inhalan como el sudor humano. Así, la honestidad.

Ah, qué mundo, nos diría Rufus Wainwright

a ritmo del “Bolero” y metanfetaminas.

 

      En Tor di Nona los barrotes son reales como el óxido. La locura es la pátina de estas cuatro paredes. El betún que se trae en los zapatos si la droga es el cuerpo, si el corazón el pago, si sólo es distracción. Y por cada pared hay un muchacho: un higo, una manzana y un melocotón, dos orquídeas y todos los rasguños de la tiza como señal del tiempo. Pabellón para el cuerpo desnudo que se entrega a la vid de los silencios, al esperanto látigo, a las piadosas aguas de los labios ungidos de un secreto. Distorsión.

 

 

Mientras

tanto lo que se dijo como lo silencioso

confundieron los límites del agua.

La sensación anfibia de estar vivo:

el picahielo

el vaho.

 

      Blindados con el óleo de las frutas, los muchachos intercambian sus nombres a golpe de cuchillo. Son la apuesta de un mundo encerrado en paredes. Así desaparecen Murillo, Madama Satã, Merisi. Dónde está Caravaggio, el cuerdo en Tor di Nona. En quién unge sus manos tan disueltas de opio sentimental y cardamomo. Cuántas pisadas tiene la soledad, si no le alcanzan para una sola huella. Ninguna letra queda sobre el piso: tal vez su nombre escurre del olor a manzana, a cáscara marchita, de alguna orquídea enferma.

 

Cuando ya no se puede traer más frío

de la osamenta

el propio

sol

es eje

por el que no giramos

: cenit

del abandono.

 

      La cicatriz del rostro es la firma del arte. Aunque esta cicatriz desmienta a Caravaggio: su cuerpo es un escudo de madera en donde fue pintada la cabeza de Medusa (1598). Piedra de toque, descanso en el camino, no llegará el indulto que lo sane. En cambio, sí, los pelos del pincel sobre los hombros. Las serpientes de sangre en las muñecas. Una degollación (1608) que lo bautiza por primera y única vez en la hermandad de La Valletta, en Malta.

 

Este día se agolpa en un cuchillo

en cuya hoja relumbran los cuerpos de dos hombres.

Si prefiere llamarlo impunidad

no levante la cara.

 

      Infectado en la piel de los muchachos, enfebrecido por frutas y secretos, la noria puede ser alguna tarde en la prisión de Malta. Otro giro en la historia. Enroscar de serpientes que culmina con un par de cuchillos lanzando su veneno hacia el cuerpo contrario. Dos pinceles que colman de café la leche recibida un poco antes. La cebada del pobre, alimento de la filosofía y sustancia del pan multiplicado. Dos pedazos de un ázimo callar sobre la mesa. Migajas de varonil blancura para la última cena. Una mesa sin cáscaras. Dos gotitas de aceite (brillantes, casi verdes) en la cara. Varias gotas (rubíes) en el piso, porque el amor a veces pierde también la cabeza.

 

Sólo uno de ellos pinta.

La aspirina que nutre a las orquídeas

adelgaza la sangre.

 

      Cuatro siglos después, Caravaggio despierta a las 11:11. Toma un vaso con agua y se siente más vivo. Estará vivo hasta el final del mundo.

 

La orquídea muere sola.

 

De Papiro de Derveni (Bonobos Editores, 2013)

DE LO QUE PUEDE SER

Lo que pudiera ser

debe de trasladarse por sí mismo

como hacen las palabras que alguien dice y no

importa si se las lleva el viento o algo las trae

consigo. No existen las palabras

en el instante en que las recordamos. Salen con un vigor

extraño si es que abrieron los ojos en alguna ocasión

en ese borde frágil de la pasión sin réplica. El ojo

transparente del recuerdo se llena paso a paso

con la gota que cae

de ese cirio

de Dios

y cubre todo.

Son parafina

y polvo. Sal

que en un abrir y cerrar de los párpados

esboza alguna mueca

para aliviar el odio que se levanta

en llamas. Lumbre que trae

consigo cuando se queda

quieta, esperando el suspiro que la arrastre

a otra boca, otros

ojos que dejarán el borde del lagrimal

en su vacío relente. Lo que pudiera ser

el movimiento de una palabra, el sollozo que la libera

de una canción (“De haber sabido”

ponemos un ejemplo) es el pálpito que obliga al corazón

a detenerse y escuchar el latido que proviene

de afuera y trae la misma sangre. Escarcha de otra

voz que sigue su caída por ese borde

que apenas escuchamos (si acaso

lo escuchamos)

mientras dura el infarto.

 

La certeza

posible, la condición

de ausentarnos por pausas

no nos sorprende con los ojos

abiertos. Plenos en la conciencia

de la música, se abren y vencen

como labios que murmuran algún adiós

o un hola. Lo que canta

se teme. En su justa mitad la nota que parece

más grave es el suspiro. Lo que pudiera

unirnos en la muerte. Ceniza

de lo que cae

si calla.

 

Si la palabra siempre se cumple

aunque no haya certeza

tal vez nunca dejemos de decirla. En esta

paradoja de la lengua (la que hablamos

o en la que nos movemos)

el cuerpo del lenguaje se defiende

en los poros, porque lo que se dice también

suda en la frente de aquel que manipula motosierras

y deja caer sus golpes, cierta

mente, como si nunca más fuera algún cuervo

que ya no encuentra ramas ni descanso.

Los (in)significantes, cercanías

y restos que yacen tras las plumas

siempre serán

más negros que puntos suspensivos

y nunca tan puntuales. Así

son las certezas. Así el tiempo.

 

Pero quien cambia no es el lenguaje

sino el hombre. Quien no quiere crecer

en ese nunca

jamás verá aquella otra palabra:

la que su ojo no mide

la que puede explicarlo y vuelve

detrás de él

para empujarlo

al borde de lo que no

se ha dicho.

 

De [Contra] Partitura, inédito

Abrojos y Rimas: Luis Armenta Malpica

Luis Armenta Malpica (Ciudad de México, 1961)
Poeta y director de Mantis Editores. Radica en Guadalajara, Jalisco, desde 1974. Autor de veinte poemarios, siendo los más recientes Llámenme Ismael (FOEM, 2014), The Drunkenness of God (Medio Siglo, 2015), Götterdämmerung. Antología personal. (El Ángel Editor, Ecuador, 2015; Praxis, México, 2017), Götterdämmerung. Antologie minime (Écrits des Forges y Secretaría de Cultura de Jalisco, 2015), Greetings to the Family (Vaso Roto, 2016) y Voința luminii (CronEdit, Rumania, 2017).

Entre sus numerosos premios y distinciones destacan los siguientes: Ex premio de Poesía Aguascalientes (1996), Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde (1999), Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta (1999), Premio Jalisco en Letras (2008), Premio Nacional de Poesía José Emilio Pacheco (2011), Diplôme d’Excellence Librex en el Salón del Libro de Iași, Rumanía y Premio Jaime Sabines-Gatien Lapointe, Canadá-México (2017).

Fue declarado Visitante Humanista e Ilustre por la Alcaldía de Esmeraldas, Ecuador (2015) y Cavaler al Poeziei Capitalei Marii Uniri Iași, durante el Festival International Poezie La Iași, Rumanía (2018).

Written by La Mascarada

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