Dies irae o el caso literario de Antonio De Petro

Dies irae o el caso literario de Antonio De PetroEn marzo de 1981 apareció en la editorial italiana Città Armoniosa una novela titulada Dies irae, la firmaba Antonio De Petro. En el “prologo” de la novela se podía leer: “Antonio De Petro es un periodista de aproximadamente cuarenta años. Además de haber colaborado en periódicos y revistas y de haber dirigido algunos de ellos, ha escrito varios cuentos, ensayos y dos novelas. Es, además, autor de tres obras poéticas, que lo dieron a conocer, tiempo atrás, como un joven poeta: algunos de sus poemas fueron premiados y antologados”.

Sin embargo, al final del mismo “prologo” se aclaraba que Antonio De Petro era un seudónimo. Y eso es todo lo que se supo sobre la identidad de De Petro en aquellos años —la crítica literaria fracasó rotundamente en su intento por descubrir la identidad de este enigmático escritor— y es todo lo que se sabe aún hoy en día.

¿Pero por qué traer ahora a cuenta nuevamente a este novelista del que apenas sabemos nada? Primero, porque Dies irae, novela que ganó el Premio Castiglioncello, antesala de los grandes premios de la literatura italiana, marcó una época dentro de la literatura del siglo XX. Antonio De Petro y Dies irae llamaron la atención de importantes críticos literarios que giraban alrededor del Premio Campiello, del Instituto de italianística de algunas importantes universidades (Torino e Urbino de manera particular), y llamaron la atención de cronistas de periódicos y revistas de toda la península. Giovanni Arpino, Paolo Volponi, Luigi Testaferrata, Giancarlo Vigorelli, Carlo Cremona, Toni Cibotto, Carlo Bo, Ferdinando Castelli, Giorgio Bárberi Squarotti son sólo algunos de los que se interesaron profundamente por De Petro. Dies irae, pues, hizo que el mundo de la crítica literaria italiana volteara a ver a este nuevo escritor. Hizo, de hecho, en palabras de la en ese entonces directora de la editorial Città Armoniosa, Eletta Leoni, que todos quisieran hablar de Antonio De Petro, que se dijera que había nacido un gran escritor, un nuevo Gadda, un nuevo Pasolini, un Brecht italiano, un verdadero novelista/antinovelista.

Por otra parte, la aparición de De Petro dentro del mundo literario no es una aparición fugaz. A finales de ese mismo año, 1981, aparece, siempre en la editorial Città Armoniosa, Il questore, y en 1982, Fuor della vita è il termine en febrero y L’imbroglio en diciembre. Cuatro novelas en dos años, cuatro novelas que hicieron de Antonio De Petro un verdadero acontecimiento, un verdadero caso literario, como ha sido denominado por algunos críticos.

La segunda razón, y la más importante, para traer nuevamente a cuenta a este novelista es que, si bien es cierto que, ante el fracaso de la crítica por descubrir su identidad, Antonio De Petro fue injusta y paulatinamente marginado del panorama literario, no es menos cierto que su figura y su obra, más allá de haber marcado una época, no han podido ser olvidadas. De hecho, parece que vuelven a resurgir, y con más fuerza, de entre los escombros a los que fueron condenadas: después de veinticinco años de silencio —mismos que lleva cerrada la editorial Città Armoniosa, editorial con la que De Petro publicó todas sus obras—, repentina e inesperadamente, aparece una nueva novela firmada por este autor, La storia di saint Patrick, en una nueva editorial, Officina delle 11. A este hecho, debemos añadir que recientemente la editorial sonorense Garabatos publicó, en una genialidad literaria, en el sentido etimológico más profundo de la palabra, que es “traer a la vida”, la traducción de Dies irae. La novela, en español, está prologada por el novelista Francisco Prieto y el poeta Pedro Serrano. En dichos prólogos, el primero comenta: “Considero que con esta obra, De Petro se consagra como uno de los mayores narradores del siglo XXI”. Mientras que el segundo, Serrano, escribe: “Si pensamos que una traducción se inserta de manera automática en la literatura de un país, la publicación de la novela Dies irae de Antonio De Petro […] es un raro acontecimiento celebrable, principalmente por el abandono en México de casi cualquier forma arriesgada de narración”. La traducción, además, fue reconocida con el Premio de Traducción del Gobierno italiano en el 2015.

Por lo demás, la crítica de estos dos escritores sintoniza asombrosamente con la crítica que se hizo de la novela en los años ochenta. Estando aún en imprenta, Dies irae es preanunciado por Giovanni Arpino en el periódico Giornale Nuovo, más o menos de la siguiente manera: “Tal vez, Dies irae lo escribí yo, o, al menos, habría querido escribirlo yo, desde el momento en que inaugura una nueva era en la forma de hacer novela”. Mientras que Ferdinando Castelli, el crítico de la Civiltà Cattolica, escribió: “Es una obra que intriga, fascina y pone nervioso. Intriga por la nueva manera de presentarse como novela; fascina por los temas que trata: amor, muerte, solidaridad, fin último, sentido de la vida; y pone nervioso, también, porque el autor se deleita desorientando al lector”.

Pero, ¿qué es lo que hace que esta obra sea un raro acontecimiento celebrable o, más aún, que se pueda decir que inaugura una nueva era en la forma de hacer novela?  Creo que son muchas y muy variadas las características que hacen de Dies irae, todavía hoy, una novedad. La novela se presenta como un tejido de voces, tonos, fórmulas lingüísticas, acciones dramáticas que pasan del cuento a la reflexión, del diálogo al diario, a la epístola, de la nota periodística al monólogo, a la poesía en verso, de la primera persona a la tercera, de lo trágico a lo grotesco, del lenguaje oral al confidencial, al grito, a la improvisación, del tono descuidado a la enunciación solemne, de lo banal a lo sublime, de la lengua moderna a la arcaica, al dialecto, en un juego que sí, fascina, pero también desconcierta.

Dies irae o el caso literario de Antonio De Petro

Hemos ya dicho que el severo jurado del Premio Castiglioncello, originario del ambiente florentino o toscano (constituido, entre otros, por Geno Pampaloni y Marcello Vannucci), que buscaba novedad de lenguaje y de ideas, premió Dies irae. El autor rechazó el dinero previsto para el ganador, para no tener que develar su identidad; aceptó, en cambio, algunas entrevistas, dado que todo el mundo literario italiano hablaba de la novela. En una entrevista a la Radio Vaticana, De Petro, si es que de De Petro se trataba, declaró: “En Dies irae, he tratado un poco de expresar el caos o la tragedia en la que se encuentra el hombre”. He aquí, quizás, porque la novela desconcierta tanto: para describir el caos en el que se encuentra el hombre contemporáneo, De Petro parece recurrir al caos literario, y se deleita con este caos, haciendo de cada página un rebus.

No obstante, y ésta es la razón por la que el caos literario es sólo aparente, el ars poetica de De Petro permite que una historia simple, una historia menor, vivida por una Silvia Costa cualquiera (protagonista y víctima de un acontecimiento que, se podría pensar, no merece más atención que la de una breve crónica en el periódico local), sea el nudo en torno al cual confluyen los grandes temas de la vida. Así, pues, Dies irae es siempre otra cosa: tiene cien caras y nace, en cada página, diferente, pero también es siempre una misma cosa: una historia de amor, una unidad profunda, que en la risa y en el llanto escava y, escavando, denuncia las soluciones mágicas o mecanicistas.

Pero abramos la novela para aterrizar lo que estamos diciendo. Empecemos con una página cualquiera, así, al azar, la 132; en ella encontramos nombres como: Ron Howard, Paul Newman, Hugh Hefner, Bob Marley, Peter Tosh, Petrarca, Caín, Castro, Russel, Ovidio, Marx, John Wayne, Pasolini, Redford y Cary Grant; además referencias a lugares como: Beverly Hills, Hollywood, Los Ángeles, Etiopia, Abano Monselice, Este Montagnana, Arquà Petrarca, Praglia, Padua, Mirano, Milán, Caslino, Venecia, Erba, Italia, Europa, China, Vietnam, Pekín, Checoslovaquia. En la misma página, lo mismo se hablaba, pues, de música que de cine, lo mismo de amor que de revolución, lo mismo de filosofía que de religión, y pensemos que fue sólo una página al azar. Y es que a De Petro parece no escapársele nada del contexto en el que se desarrolla el drama humano.

Dies irae o el caso literario de Antonio De Petro

 Ahora tomemos como punto de partida un capítulo, si es que se puede decir que la novela está dividida en capítulos, uno de los centrales. En éste, después de una larga introducción en latín, encontramos que Antonio De Petro escribe: “Altísimo omnipotente buen Señor, alabado seas, con todas tus creaturas. Oh, buen Señor, no duermas más, que esto sería nuestra ruina”. Y más adelante: “Mira a este papa que se irguió y aprende que al corazón gentil acude siempre Amor y que el fuego de Amor se adhiere al corazón gentil”. E inmediatamente después: “Y puesto que ya no espero volver, venganza mía, vuela tú ligera y dulce hacia Italia, directo a mi Bolonia”. A lo que añade: “Abandonad toda esperanza, vosotros los que entráis en el mundo, en este mundo”. Y ya no sigo, pero ahí están Francisco de Asís, Guido Guinizelli y el manifiesto del “Dolce stil novo”, Guido Cavalcanti y Dante. Pero no son sólo estas cuatro citas, todo el “capítulo” está escrito a imitación de los poetas de esta época, de los poetas que van desde san Francisco hasta Dante, y quizás sea más exacto decir, hasta Manzoni.

 ¿Y qué decir del latín?, aunque no es sólo el latín, en Dies irae hay frases en inglés, francés, portugués, español, y hasta en alemán, inventado por si fuera poco. De Petro es consciente de que todo esto es un problema, y quiere que lo sea; él mismo escribirá, no este capítulo, sino adelante, prácticamente al final: “¿Se entendió algo? No importa; sin embargo, hay que meter un poco de latín en estos escritos. Todos dicen que es imposible: yo lo intento. Y, después de todo, ¿el latín no es el antepasado del futuro de nuestra bla-bla lengua? En la afrodisiaca sociedad, así bautizada por Bergson (o analgésica, si prefieren), no hace ningún daño el pequeño y lento sacrificio de volver a encontrar el sentido de las palabras extrañas”.

Dies irae o el caso literario de Antonio De PetroLa última parte de la novela es una joya en sí misma. Para dar paso a ésta, escribe De Petro: “Vanni, en cuanto llegó a Milán, se dirigió al night; tan borracho, nunca lo había visto: apenas logró llegar a la cama de una pensión junto a la estación, en la Central”. Y así, inicia el último episodio, mismo que se caracterizará por su forma no puntuada. Es el así llamado flujo de consciencia o monólogo interior; en este caso, de un protagonista, Vanni, borracho. Por lo demás, el capítulo termina de la misma manera que termina el Ulises de Joyce: “Sí, dijo Sí quiero sí”. Así que también Joyce se encuentra en Dies irae. Pero ya no sigo, no quiero que me pase, diría Alfonso Reyes, hablando de Chesterton, “lo que a esos hombres maleducados que andan a toda hora diciendo verdades inoportunas y ahuyentando todas las sorpresas gustosas de la vida”. Y es que Dies irae de Antonio De Petro es eso, una sorpresa gustosa de la vida; un autor y una obra que valen la pena conocer.

 

Por Víctor García S.
 

Written by La Mascarada

Loading Facebook Comments ...