Tiempo y espacio en Farabeuf, una tentativa por resignificar la vida

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En Farabeuf (1965) de Salvador Elizondo la ausencia de anécdota se suple con un intento por diseccionar un instante a partir de distintos puntos de vista, situación que no sólo implica el uso de varias voces narrativas, sino también y sobre todo la especulación, el constante cuestionamiento sobre la identidad de los personajes testigos y protagonistas de ese instante. ¿Quiénes son las voces narrativas, hombre y mujer, que participan de ese mínimo momento marcado por la crueldad y el erotismo? ¿Son el doctor Farabeuf de ambigua naturaleza pues a un tiempo es cirujano-torturador y una enfermera rubia que acaso también sea una monja? ¿Son dos amantes cuyos nombres ignoramos y que conocen la intensidad de su encuentro a partir de un roce mínimo de sus manos o de un suplicio indecible a partir del cual el dolor se vuelve placer? ¿Son las imágenes de un cuadro de Tiziano que representa el amor sagrado y el profano? ¿O un ser brutalmente sacrificado y un fotógrafo-voyeur? ¿Son los recuerdos de todos ellos que se han poblado de voces? ¿O deseos soterrados que encuentran expresión en una imaginación febril y obsesiva? ¿O la última visión de un agonizante? ¿O imágenes atrapadas en un espejo? ¿O todas estas posibilidades o ninguna de ellas?

Los múltiples ángulos de visión permiten aproximaciones igualmente múltiples, y por tanto nunca definitivas, sólo conjeturales, a ese instante supremo que linda entre la muerte y el éxtasis. El tiempo así se ha congelado, su minúscula expresión, un instante, se vuelve esfera y desde sus puntos incontables es posible elaborar conjeturas sobre lo que en su centro sucede. La narración y su inherente sucesión de hechos, su necesaria temporalidad, es abolida y sin embargo la novela es novela, trascurre, tiene sentido.

Pero a toda temporalidad, incluso cuando se le ha abolido o suspendido, corresponde una espacialidad. En Farabeuf esta relación se da a partir de un juego de planos superpuestos, en donde uno contiene y remite a otro, a manera de una caja china. Así, dentro de la ciudad lluviosa encontramos la casa, en ella a su vez, una habitación en donde hay un cuadro que a su vez contiene otra ilustración. Hay un espejo que es una puerta a la interioridad o al encuentro de otras realidades y hay también una mesa en donde una mujer; otra puerta hacia el amor, hacia el placer, juega al I Ching y a la ouija, que a su vez conducen a los ámbitos de la suposición y lo aleatorio. En los recuerdos o sueños de la mujer y de un hombre hay un mar que ha arrojado una estrella marina similar a un hexagrama chino. Hay un baúl y dentro de él un libro con un sobre y en éste una carta cuyo contenido ignoramos pero que implica una revelación. Hay un maletín con los instrumentos de cirugía y/o tortura de Farabeuf. Hay sobre todo una puerta infranqueable, que conduce a un recinto sagrado, indescriptible, innombrable por su misma condición hierática, habilitado para una ritualidad, para un sacrificio extremo cuya culminación será en el momento más álgido del instante en donde todo lo anterior sucede y está condenado a volver a suceder.

De esta manera, el espacio de lo sagrado converge con la temporalidad más trascendente, aquella en donde el sentido de movimiento se ha suprimido, en donde el tiempo es todos los tiempos y la espacialidad se expande, se diluye, se franquea. Es el momento de la revelación alcanzada a través del dolor extremo que en esta condición de desmesura lleva a la sensación opuesta: el placer más sublime. Es el momento de anulación de los contrarios, de la supresión entre la afirmación y la negación, del afuera y el adentro, entre el yo y lo otro. Es el abrazo estrecho entre Eros y Tanathos, la convergencia entre vida y muerte, donde una y otra son ya lo mismo.

La experimentación narrativa de Salvador Elizondo en Farabeuf implica una exigencia hacia el lector. No es una mera apología al sadismo ni un ejercicio literario que sólo busque la innovación por la innovación misma. En esta obra está la búsqueda de una interlocución, hay un destinatario aunque este sólo sea minoritario. Y su apuesta se cifra en tratar de sacudirlo, de llevarlo a un límite de experiencia que le permita superar el peso de las costumbre marcado por el pragmatismo y la utilidad inmediata. La obra pretende poner en duda nuestro criterio habitual de realidad, nos provoca para hacernos sensibles a una percepción que va más allá de la que la racionalidad nos impone. Es también un ejercicio que confía en las capacidades creativas y proteicas del humano, que sabe que más allá de las apariencias es posible encontrar en nosotros seres capaces de subvertir visiones y relaciones con el mundo estereotipadas. Todo esto es la síntesis de una propuesta estética de la que se desprende una ética: la de hacer de la expresión artística un medio que abra posibilidades de goce, de imaginación, de intuición. Un medio en suma que revalore las potencialidades inhibidas en el hombre contemporáneo y que al hacerlo le restituya la dignidad que le ha sido arrebatada.

 

Por Marco Tulio Lailson Lailson

 

Written by La Mascarada

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