Mary y Max, aberrante y conmovedora

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En el terreno de las películas de animación es común dejarnos llevar por las cintas hechas en Hollywood, pues son las más comerciales (Disney o Pixar, DreamWorks, Fox, por mencionar algunas). En segundo lugar tal vez vienen las producciones japonesas, unas verdaderas joyas, que no siempre tienen muy buena distribución en nuestro país.

También damos por hecho que estas películas son siempre para niños. La clasificación B o C en las películas animadas no es ninguna novedad, pero algo en lo que no suele repararse es que, en muchas ocasiones, tratamos con una cinta que no fue diseñada para hacer reír a los niños, sino para hacer pensar a los adultos.

Como recomendación me llegó el nombre de una película animada, no para niños, hecha en Australia en el año 2009, del director Adam Elliot (Harvie Krumpet, Oscar al mejor cortometraje animado de 2003). Esta película está basada en una experiencia propia del director, quien en alguna entrevista aseguró que Mary es su alter ego.

Su madre le había dicho que era un «accidente». ¿Cómo podría ser alguien un accidente?

La historia comienza en el año de 1976 cuando Mary Daisy Dinkle (Bethany Whitmore y Toni Collette) es una pequeña niña de 8 años que vive en Australia, en el seno de una familia nada funcional. Su madre, Vera Lorraine Dinkle (Renée Geyer), es alcohólica y amante de lo ajeno (cleptómana, al tomarlo como patología psiquiátrica). Noel, su padre, es un adicto al trabajo que desarrolla dentro de una empacadora de té, y que pasa su tiempo libre disecando animales. Mary es una niña solitaria acomplejada por una marca de nacimiento color “popo” que tiene en la frente. Por azar toma de la guía telefónica el nombre y la dirección de Max (Philip Seymour Hoffman), un solitario cuarentón con síndrome de Asperger y problemas de obesidad mórbida que vive en Nueva York.

Si a estas alturas de la nota ya se le hace que ha leído demasiadas patologías, le diré que todavía no llegamos ni a la mitad. En Mary y Max se habla de depresión, de amigos imaginarios, de agorafobia, compulsiones y trastornos alimenticios; también de etiquetas impuestas por religiones y orientación sexual. Ni los animales se salvan.

Una vez la policía me llevó para interrogarme, pero me dejaron ir cuando decidieron que no era una amenaza para nadie, excepto para mí mismo.

Barry Humphries (el narrador) nos llevará con su voz por una amistad que duró 22 años a través del correo convencional (la historia verdadera duró 20 años). Su voz, como la del resto del elenco, fue un gran acierto del director. Aquí debo mencionar a Ian «Molly» Meldrum como el indigente, y a Eric Bana como Damian Popodopoulos, el vecino, novio y esposo de Mary Daisy.

La música de Dale Cornelius acompaña perfecto a la animación. Su estructura es sencilla, como dije antes “acompaña”, no compite con las imágenes, llena de emoción las expresiones de cada personaje, que, dicho sea de paso, son extraordinarias, casi humanas.

En la animación stop motion es muy importante la puesta en escena, ya que de ella dependerá la luz, el movimiento, las proporciones de cada cosa. El montaje estuvo a cargo de Bill Murphy y la fotografía es de Gerald Thompson. Las locaciones y los personajes tienen una luz propia: mientras vemos a una Mary luminosa, el contraste está en un Max sumamente gris. De esa misma manera vemos a Melbourne (Australia) y a Nueva York (EU). Me gustó mucho la manera en que proyectan ésta última, el arcilla no le resta el sombrío esplendor de una gran metrópoli.

Mary y Max es tan aberrante como conmovedora, los personajes pueden llegar a ser grotescos, sin embargo despiertan ternura. El guion también es autoría de Elliot, y a mí gusto es lo que nos hace notar lo cruel que puede ser la inocencia. Su narrativa tiene una carga filosófica fuerte en donde la aceptación tiene un rol protagónico. Todas las cartas entre Mary y Max tienen algo para leer entre líneas. La inocencia de Mary se va transformando con el paso del tiempo, mientras el desapego y la honestidad bruta (típica de los aspie) de Max se mantiene todo el tiempo.

Mary y Max, como bien lo dijo el amigo que la recomendó, es una “joya oculta» de la animación. Nunca figuró en los grandes premios y mucho menos en una sala de cine mexicana, pero ha logrado quedar grabada en el corazón de todos los que la han visto, como un retrato sin Photoshop de la verdadera amistad. Para lograr aceptar a otras personas primero debemos aceptarnos a nosotros mismos, primero debemos amarnos a nosotros mismos.

 
Por Patricia Bañuelos
 

Written by Patricia Bañuelos

Mexicana renegada, pero con esperanza, sibarita clasemediera con ínfulas de escritora. De corazón cinéfilo y alma gourmet. "Como y luego existo".

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